Introducción
El concepto de capital humano alude a la posesión de un acervo intangible de conocimientos
y destrezas que cada persona haya podido acumular. Schultz (1961, pp. 8-9), pionero del referido concepto, examina algunas de las actividades más importantes
para mejorar la capacidad humana de trabajo. De manera prolija, este autor enumera
cinco elementos prioritarios. En primer término, coloca a la salud en función de los
servicios proporcionados, aunado al acceso a la misma. Aquí incluye los gastos que
puedan redundar en la esperanza de vida, la fortaleza, así como el vigor y la vitalidad
de las personas.1 Posteriormente, entra a considerar destrezas y conocimientos a ser adquiridos. En
particular, se refiere a la organización de la educación formal en todos los niveles,
así como a la capacitación en el lugar de trabajo y programas de estudio para adultos,
siempre y cuando no hayan sido organizados por el sector privado. En los programas
de estudio Schultz incluye, particularmente, servicios de extensión agrícola. Un elemento
adicional en la formación de capital humano consiste en la migración de individuos
y sus familias para ajustarse a cambios en las oportunidades de trabajo.2 A manera de corolario, el nivel salarial viene a remunerar al capital humano.
La teoría del capital humano como tal se anida en la escuela de economía de Chicago,
emergiendo a fines de la década de los cincuenta del siglo pasado. Desde entonces,
ha surgido un numeroso contingente de estimaciones paramétricas, habiendo prevalecido
una medición convencional para cuantificar el acervo de capital humano. En general,
el salario es postulado como resultado de la educación formal o años de escolaridad
en primer lugar, seguido de la experiencia laboral. Se encuentra una relación positiva
en el primer caso. La experiencia en el lugar de trabajo, por su parte, incide positivamente
en las remuneraciones laborales de forma cuadrática. Dicha teoría, así como su verificación
empírica, han venido a ser profusamente utilizadas en economía laboral, así como en
economía de la educación, entre otros ámbitos.
En este trabajo se examinan los postulados sobre los cuales descansa la teoría del
capital humano con base en los trabajos de Mincer y Becker, además de Schultz. Asimismo,
se explicita cómo Valenzuela Feijóo toma para sí los conceptos de la referida teoría,
omitiendo consignar sus fuentes. Preserva dicho contenido, haciendo uso de terminología
que a primera vista evoca a Marx. Por medio de un cotejo entre autores se busca poner
de relieve el modo con el que opera Valenzuela Feijóo.
El presente artículo se integra como sigue. En el primer apartado se examinan los
determinantes preeminentes del concepto de capital humano, específicamente los años
de escolaridad acumulados por el trabajador, posesión asumida como un acervo, aunado
a la experiencia adquirida en el lugar de trabajo. Estos elementos, enunciados por
sus autores clásicos, son contrastados con los que estipula Valenzuela Feijóo. En
el apartado dos se presenta la remuneración salarial determinada por el capital humano.
Este último concepto aparece bajo el nombre de calificación en Valenzuela Feijóo,
referida a la fuerza de trabajo. Acto seguido se examina una supuesta confección del
propio capital humano con base en el trabajo social gastado, reducido a costo en bienes.
Asimismo, se presenta el modelo de escolaridad, donde el salario es la retribución
a los años de educación adquirida. En un tercer apartado se muestra la cuantificación
de este último reducido a un ejercicio de promedios, por una parte. Por la otra, se
esboza la literatura sobre estimaciones paramétricas de la función de ingresos para
México, aludiendo a periodos seleccionados. En el cuarto apartado se muestran diversos
intentos para establecer la equivalencia por parte de Valenzuela Feijóo entre el trabajo
complejo en Marx y la calificación de la fuerza de trabajo. Esto último lo hace en
un intento de incorporar los preceptos del capital humano al propio marxismo. En un
quinto apartado se examina un aparente cuestionamiento de Valenzuela Feijóo a la teoría
del capital humano. Para ello, recurre a una cita de Marx, quien plantea una variante
de lo que hoy se conoce como capital humano. Finalmente, se presentan las conclusiones.
I. CAPITAL HUMANO: ESCOLARIDAD Y EXPERIENCIA LABORAL
Dentro del concepto de capital humano referido al desarrollo de capacidades cabe una
variada gama de elementos previamente esbozados. A este respecto, se observa un acotamiento
con fines de cuantificación. Mincer sobresale como pionero en esta dirección:
Human capital analysis deals with acquired capacities which are developed through
formal and informal education at school and at home, and through training, experience
and mobility in the labor market (1981, p. 3).
Aquí, el concepto de capital humano se refiere a la adquisición de capacidades, en
primer plano. En un segundo plano se colocan diversos elementos encabezados por el
entrenamiento y la experiencia adquirida, además de la movilidad laboral. En la cita
previa destaca la denominación explícita del concepto de capital humano.
En una versión previa, el propio Mincer expresa el mismo concepto sin utilizar aún
esa denominación. Con ello, establece la forma que continúa prevaleciendo para fines
de cuantificación:
Primarily for mathematical convenience, I have expressed differences in training in
terms of definite time periods spent on formal schooling. However, the process of
learning a trade or profession does not end with the completion of school. Experience
on the job is often the most essential part of the learning process (Mincer, 1958, p. 287).
Lo expresado por Mincer puede representarse en la siguiente forma funcional:
en tanto los signos indican una relación positiva.
Décadas después, en Valenzuela Feijóo se repiten los mismos dos componentes del capital
humano, previamente especificados por Mincer:
La calificación, depende de dos factores básicos: i) los años de educación formal que posee el trabajador; ii) los años de experiencia en el trabajo que posee. Contando de manera especial, la
experiencia en trabajos altamente complejos. Contabilizar los años de experiencia
en el trabajo exigiría una muy laboriosa y larga investigación que aquí no podemos
efectuar. Por ello, nos debemos limitar a tomar como indicador [de la calificación]
a los años de educación formal que posee la fuerza de trabajo (Valenzuela Feijóo, 2012, p. 550; 2014b, p. 272; 2014d, p. 272; corchetes añadidos, J. G.).
Cuando Valenzuela Feijóo alude a calificación, refiriéndose a la fuerza de trabajo,
está replicando el concepto de capital humano de Mincer. Por lo que se refiere al
contenido, hay una paráfrasis ostensible. En ambos autores aparece la educación formal
en primer término, seguido de la experiencia laboral. Valenzuela Feijóo omite especificar
la fuente de donde provienen los dos factores básicos que anota, enunciados por el
autor original.
Utilizando el lenguaje de Valenzuela Feijóo, la expresión (1) toma la siguiente forma:
Tanto para Mincer, esquematizado en (1), como para Valenzuela Feijóo, en (2), la educación
formal aparece como el primer determinante en el miembro derecho. Ambos autores también
coindicen en la experiencia laboral como factor colocado en un segundo plano.
Formalmente, como resultado de las expresiones (1) y (2),
Por ende, en adelante toda referencia a calificación por parte de Valenzuela Feijóo,
alude a capital humano.
Valenzuela ha externado dificultades para medir la experiencia en el trabajo. Aflora
una nueva coincidencia, en este caso con otro autor clásico del capital humano:
The investment period of education can be measured by years of schooling, but the
period of on-the-job training, of the search for information, and of other investments
is not readily available (Becker, 1962, p. 34).
Cuando Becker encuentra complicaciones para medir el entrenamiento en el lugar de
trabajo, amén de otros elementos, Valenzuela Feijóo ha vislumbrado un trabajo largo
y laborioso, manifiestando no poder llevarlo a cabo para medir la experiencia laboral.3 Por ende, la expresión (2) queda constreñida a:
Retomando similitudes, Becker se repite a sí mismo de manera explícita (1975, p. 52). Valenzuela Feijóo copia medio siglo después a Mincer, omitiendo mencionar sus fuentes.
Los dos coinciden en la calificación, o capital humano, como el único elemento a cuantificar.
En cuanto a contabilizar la experiencia laboral, hace varias décadas que el propio
Mincer encontró un procedimiento de solución. El Censo de Estados Unidos de 1960,
por ejemplo, no proporciona directamente información sobre experiencia. Para estimarlo,
Mincer (1974, p. 47), resta los años de escolaridad y adicionalmente, seis de vida que antecedieron a
dicha edad. Esta transformación es posteriormente especificada por Willis: “x = a - s - 6” (1986, p. 526),4 donde x son años de experiencia en el trabajo, a se refiere a edad y s a escolaridad. Desde entonces, su uso es de cuño corriente.5
Hay cuestiones del dominio común en la ortodoxia económica que es oportuno resaltar.
Mincer es reconocido por haber forjado la función de ingresos que lleva su nombre.
Al respecto, su difusión es por demás profusa, atestiguado por una pequeña muestra:
Heckman y Polachek (1974), Welch (1974), Marin y Psacharopoulos (1976), Rosen (1992), Björklund y Kjellström (2002), Heckman, Lochner y Todd (2003), Belzil (2004, 2008), Psacharopoulos (2006), Lemieux (2006), Polachek (2007), Patrinos (2016), Groth y Growiec (2018), Abraham y Mallatt (2022).
II. CAPITAL HUMANO: COSTO EN BIENES Y RETRIBUCIÓN POR ESCOLARIDAD
Valenzuela Feijóo, conjuntamente con Isaac Egurrola, han explicado de manera sucinta
cómo se construye o confecciona, para usar sus palabras, un acervo de capital humano:
Por cierto, si no se resuelve el problema del valor (y cómo en él juega el trabajo
según sea simple o complejo) no se puede resolver el problema del valor de la fuerza
de trabajo. Lo primero, es lógicamente previo. En el caso del valor de la fuerza de
trabajo, el punto no es muy complicado. Baste pensar en lo que significa agregarle
más valor a tal o cual producto. No es lo mismo, v. g., una mesa rústica sin pintar que otra terminada y bien pintada. La última tiene mayor
valor agregado. Algo semejante vale con la fuerza de trabajo. Si es más calificada,
poseerá un mayor valor y la causa de ello es cristalina: para obtener esa mayor calificación
se debió gastar más trabajo social en su confección (Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo, 1999, p. 206).
La pretendida analogía entre el valor: i) de tal producto en tanto elemento material como lo es una mesa y ii) de un elemento personal como es la fuerza de trabajo, encierra un planteamiento
circular.
Según la cita anterior, una fuerza de trabajo con mayor calificación lograría que
los bienes que produce tengan mayor valor, y viceversa: un mayor gasto de trabajo
social, el cual se traduce en bienes, logrará que la fuerza de trabajo sea más calificada,
y por ende tenga mayor valor.
El segundo autor ha manifestado que cuando alude a gasto de trabajo social se está
refiriendo al que contienen los bienes:
…es que los precios relativos dependen del tiempo de trabajo socialmente necesario que demanda la producción de los respectivos
bienes. Si aceptamos esta hipótesis, tenemos que en el par de zapatos se ha gastado la misma
cantidad de trabajo social que en los 5 kilos de manzanas y en los 10 litros de leche
(Valenzuela Feijóo, 2017, pp. 184-185; cursivas en el original, J. G.).
En Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo aflora una proporcionalidad en la última parte
de la cita: una mayor calificación o capital humano redundaría en un mayor salario.
Previamente, un pionero en este campo enuncia el vínculo lacónicamente: “La acumulación
de capital humano es una de las entidades más importantes en el proceso de incremento
de ingresos” (Schultz, 1992, p. 84).
En la siguiente sección se examina la literatura de la cual provienen las conclusiones
previas. El término calificación corresponde al de capital humano.6 Asimismo, el gasto en trabajo social para la llamada confección de capital humano
se lleva a cabo en los bienes producidos.
II.1. Gasto de trabajo social y costos de confección de la calificación
Becker inicialmente establece al capital humano como único elemento que habrá de afectar
los salarios, al vincular el capital humano exclusivamente con dicha remuneración:
“Por el momento, supongo que un incremento del capital humano, medido por E, sólo
influye sobre los salarios” (1983, p. 77).
Acto seguido, Becker se concentra en la edificación del capital humano, la cual requiere
de un gasto en más insumos de tiempo, así como de bienes. Esto, con el fin de alcanzar
mayor capital humano:
“En símbolos
donde:
es la producción de capital humano en el i-ésimo periodo, y
y
son los inputs de tiempo y bienes, respectivamente. El incremento del capital humano viene dado
por:
donde: Ei+1 es el stock al comienzo del periodo i + 1, y d es la tasa de depreciación durante un periodo (1983, p. 78; cursivas y corchetes en el original, J. G.).”
En la cita previa, E representa a un supuesto acervo de capital humano. El subíndice e
i
alude al periodo en el que se está forjando un incremento del capital humano considerando
al tiempo, así como a los bienes insumidos en el i-ésimo periodo.7
Para abreviar, en Becker, un gasto mayor en inputs en forma de bienes, aunado al tiempo, redundará en un aumento en el capital humano.
Para Valenzuela Feijóo, conjuntamente con Isaac Egurrola, la calificación de la fuerza
de trabajo es el único elemento que impacta su valor. Posteriormente, un mayor gasto
social de bienes en la confección de fuerza de trabajo se traduciría en una mayor
calificación. En tanto calificación de la fuerza de trabajo es sinónimo de capital
humano, Becker y Valenzuela Feijóo comparten terreno teórico. Entre paréntesis, la
sustitución del término capital humano por el de calificación coincide circunstancialmente
con la versión en español cuando Becker utiliza el término skill.8
Existe una diferencia de procedimiento entre Valenzuela Feijóo y Becker. El segundo
expresa que la base de su modelo proviene de Ben-Porath (1967), a quien le expresa su reconocimiento. Varias décadas después, en 1999, Valenzuela
Feijóo e Isaac Egurrola habrán repetido el concepto, omitiendo especificar su proveniencia.
Tanto Becker como Ben-Porath pasan por alto la inclusión de los servicios en lo que
denominan función de producción del capital humano, expresada en la ecuación [45]. Esta omisión de ambos no se explica en tanto los servicios de educación son ingrediente
básico en la teoría del capital humano.9 Valenzuela Feijóo, por su parte, se muestra de acuerdo con los autores previos. Tampoco
alude a servicios, los cuales a su vez involucran gasto en trabajo social en la llamada
confección de fuerza de trabajo calificada.
La producción de capital humano en Becker se obtiene por medio de bienes, independientemente
de colocar al tiempo como insumo. En la fórmula [46], el capital humano presenta una analogía con un activo fijo, objeto inerte en tanto
medio de producción. Para Valenzuela Feijóo e Isaac Egurrola, la mesa en el ejemplo
de ambos podría tomar la forma de activo fijo, el cual a base de bienes, mediados
por el gasto social, acrecienta su valor. Lo anterior, cuando deja atrás su rusticidad
y alcanza a estar terminada y bien pintada. Mismo caso, se informa, con la confección
de la fuerza de trabajo, con lo cual incrementaría su calificación y, por ende, su
valor por medio de bienes, los cuales suponen un gasto de trabajo social involucrado
en su producción.
Los dos últimos autores, si bien se refieren al gasto de trabajo social requerido
para la confección antes mencionada, omiten llevar a cabo cálculo alguno. Dicho ejercicio
sería útil para explicitar sus conceptos. A su vez, dejan de lado cualquier mención
a la literatura empírica. A este respecto, Schultz (1960) desarrolla un trabajo pionero, estimando el gasto erogado por la sociedad en Estados
Unidos tanto para educación básica como para el equivalente al bachillerato. El periodo
comprendido abarca de 1950 a 1956. El propio Schultz hace el mismo ejercicio para
educación superior durante el mismo lapso.10 En su análisis asume un paralelismo entre capital humano y el acervo de capital físico,
llegando incluso a establecer comparaciones entre ambos. Encuentra que el primero
ha crecido más que el segundo durante el mismo periodo, después de imputar un valor
monetario al primero.
Previamente, Walsh (1935) llevó a cabo estimaciones para Estados Unidos sobre el gasto social involucrado en
la educación a diversos niveles para estimar lo que sería el costo monetario del trabajador.
Recientemente, el Foro Económico Mundial ha venido publicando un informe sobre capital
humano a nivel del orbe. Cada país es calificado en función de la calidad de erogaciones
pasadas y presentes en rubros característicos de capital humano (World Economic Forum, 2021). Desde 2018, el Banco Mundial viene produciendo el Índice de Capital Humano. Se
coloca el acento en el gasto destinado a educación y salud en población joven, así
como en destrezas adquiridas. El documento despliega información sobre el referido
gasto social que llevan a cabo los gobiernos por nivel educativo, ajustado por paridad
de poder de compra (World Bank, 2021).
II.2. El salario: una retribución proporcional al capital humano
Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo han aducido que el valor de la fuerza de trabajo,
ergo salario,11 es proporcional a la calificación poseída por la fuerza de trabajo viz. capital humano. A su vez, el determinante único de dicha calificación para Valenzuela
Feijóo, así como para su coautor, es la educación formal o instrucción previa, indicado
en la expresión (1.3). Para estos autores, la dependencia exclusiva de educación formal,
viene a constituir una réplica de Mincer (1974, p. 11). Sin embargo, este último lo hace explícitamente con carácter provisional:
Para Mincer el incremento en los ingresos Ys, en el miembro izquierdo de la ecuación (1.3), es estrictamente proporcional a las diferencias absolutas en el tiempo dedicado
a la educación.13 A esta expresión simplificada, Mincer la denomina modelo de escolaridad, constituyendo
la forma más elemental de la función de ingresos del capital humano. Se está asumiendo
una función positiva en cuanto al tiempo destinado a adquirir educación formal.14 En esta expresión, r viene a ser un coeficiente de proporcionalidad, y s los años de educación formal. Por su parte, ln es el operador logarítmico.
En resumen, si para contabilizar los ingresos se utiliza el salario o valor de la
fuerza de trabajo, y la escolaridad queda convertida en un único y exclusivo parámetro
de la calificación o capital humano, la réplica que Valenzuela Feijóo e Isaac Egurrola
hacen de Mincer, queda de manifiesto. El salario habrá de constituir un retorno, beneficio
o la retribución misma a la escolaridad que cada trabajador posee.
Lo anterior no obsta para que la expresión (1.3) se amplíe incorporando la experiencia laboral que Valenzuela Feijóo no alcanza a
cuantificar. En el propósito explícito de sintetizar las aportaciones de Mincer en
un trabajo de recopilación, Lemieux (2006, p. 1) presenta la siguiente ecuación:
donde y son los ingresos, en tanto y0 se refiere a los ingresos para personas que no han adquirido educación o experiencia;
s son los años de escolaridad y x son los años de experiencia potencial en el mercado de trabajo, x2 son los años de experiencia elevados al cuadrado,15ln representa al operador logarítmico. Por otra parte, ρ, β0, β1, son los estimadores de las respectivas variables.
Siguiendo a Valenzuela Feijóo en lo individual, así como a las citas que suscribe
conjuntamente con Isaac Egurrola, la calificación ha venido haciendo alusión específicamente
a la fuerza de trabajo. Sin embargo, dicha calificación también se refiere al trabajo
mismo:
d) La calificación del trabajo. Por ésta, entendemos el grado de preparación o instrucción
previa que exige el despliegue del correspondiente trabajo (Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo, 1999, p. 203; cursivas en el original, J. G.).
Por ende, los autores mezclan trabajo y fuerza de trabajo dentro del proceso de divulgación
de la teoría del capital humano. Hasta ahora, se habían venido refiriendo a la calificación
de la fuerza de trabajo. La ambigüedad en que incurren es inherente a la economía
ortodoxa con la cual, de facto, los autores han venido mostrando adhesión y concordancia.
Sin embargo, en Marx la distinción es fundamental. Distinguir capacidad de trabajo
como transacción mercantil, por una parte, y la ulterior acción de trabajar, por otra,
es cuestión elemental. Además, su relevancia no es menor, pues en ello radica el origen
del excedente basado en cambio de equivalentes.
III. EJERCICIOS CUANTITATIVOS
Inicialmente, se revisan los supuestos, alcances e implicaciones atribuidas a estimaciones
limitadas a calificación reducida a años de escolaridad referida a México por Valenzuela
Feijóo. Posteriormente, se enumera la bibliografía sobre la función de ingresos disponible
para México, la cual Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo omiten mencionar en 1999.
Asimismo, se añade literatura posterior omitida por el último autor.
III.1. Promedios de segundo orden y uniformización
Después de haber enunciado la proporción entre salario y calificación, Isaac Egurrola
y Valenzuela Feijóo incursionan en un ejercicio cuantitativo local.16 Además de la ausencia de estimaciones para determinar la experiencia laboral, se
añade otra omisión. Se constriñen a estimar la calificación reducida a escolaridad,
omitiendo vincularla con alguna retribución de la misma, por caso con el valor de
la fuerza de trabajo.
La educación formal la estiman con base en la población ocupada (Inegi, 1996). Dicha categoría engloba siete grupos de población económicamente activa,17 en tanto los asalariados suman la mitad (50.9 por ciento). Por definición, este grupo
es el único vendedor de fuerza de trabajo. Solamente a esta fracción le corresponderían
estimaciones de calificación, en tanto la referencia de los autores es al valor de
la fuerza de trabajo. Reunir a asalariados con el resto de la población ocupada, establece
una confusión entre valor agregado y salario, del cual el segundo es una fracción.
Al mismo tiempo, están incurriendo en una falacia de composición al tomar una parte
por el todo.
Reportan promedios que van de cero años (estrato 1), hasta 17 años de educación formal
(estrato 11). Los estratos consignados establecen intervalos incluyendo puntos medios,
por demás sui generis. Por caso, el tercer estrato indica 4.5 años de escolaridad, mientras que el cuarto
son seis años y el sexto 7.5 años de educación formal. Lo anterior viene a ser un
primer promedio.18 Para obtener la escolaridad media por rama de actividad económica, primero multiplican
población ocupada por años (o fracción) de instrucción formal, para cada uno de los
once estratos.19 El ejercicio culmina al dividir la suma de años de instrucción formal de los 11 segmentos
de escolaridad entre la suma del personal ocupado, obteniendo los años de educación
formal media por trabajador, para cada una de las ramas de actividad económica.20 Esto constituye un promedio ulterior, el cual se repite para ocho ramas de actividad
económica.21 Por ende, dichos autores estiman medias a partir de medias previas. Con estos datos
disertan sobre cuáles sectores están por encima de la media de medias de escolaridad,
y viceversa.
Años después, Valenzuela Feijóo (2012, p. 550) regresa presentando por cuenta propia los mismos datos previamente publicados conjuntamente
con Isaac Egurrola en 1999. Esta vez se concentra en la rama de actividades agropecuarias y su rezago con relación
al nivel educativo del conjunto de ramas. Reporta una media nacional de 5.72 años
de instrucción formal, y 3.75 años del mismo concepto para la rama primaria.22 Por ende, las actividades agropecuarias tendrían un rezago de 33 por ciento con relación
a la economía en su conjunto.23 Sin embargo, las deducciones adicionales que deriva son ominosas:
Según podemos ver, el sector agropecuario resulta bastante castigado. Por el puro
factor de complejidad del trabajo, la conversión del trabajo privado en social sufre
un castigo del 33%. O sea, por cada 60 minutos que se gastan en el sector, se le reconocen
como social sólo 40 minutos (Valenzuela Feijóo, 2012, pp. 550-551; p.
2014b, p. 273; 2014d, p. 273).
Más adelante aclara la relación entre los dos tipos de trabajo que adelanta: privado
y social, así como su expresión monetaria:
“En términos formales, tendríamos:
TIPv = trabajo privado vivo gastado en la rama (a o b).
TSv = trabajo social vivo (en a o en b).
PA = producto agregado monetario (en a o en b)” (Valenzuela Feijóo, 2012, pp. 552; 2014b, p. 275; 2014d, p. 275.
Sin embargo, a las actividades agropecuarias, en este caso a, sólo se le reconoce una fracción, según Valenzuela Feijóo. Es decir, dos terceras
partes del trabajo social comparado con el total de las ramas seleccionadas, representado
por b. El llamado déficit de reconocimiento obedecería al correspondiente rezago educativo.
Por ende, el primer término de la expresión previa toma la siguiente forma: “
” (2012, p. 553; 2014b, p. 276; 2014d, p. 276). En este caso, el valor de ψ es una proporción: 2/3.
De lo anterior se concluye, después de colocar bajo un mismo conglomerado a trabajadores
por cuenta propia con asalariados, que el llamado producto agregado monetario del
sector agropecuario, por caso a, es 33 por ciento más bajo con respecto a la economía en su conjunto, indicado por
b. El denominado castigo traducido al lenguaje monetario en el producto agregado expresado
en dinero sería el resultado de la escolaridad media diferencial.24 De acuerdo a esta cadena de proporciones,25 el denominado producto agregado monetario estaría en función, en lo fundamental,
de la dependencia encargada de la impartición y supervisión de la enseñanza.
Cuando el autor ha hecho referencia al sector primario de la economía está introduciendo,
sin advertencia de por medio, un criterio de uniformidad. Los años de escolaridad
los ha hecho equivalentes en cualquier ámbito del país, incluyendo el medio rural.
Sin embargo, esto dista de ser el caso en México. Particularmente, en las zonas rurales,
coincidentes geográficamente con el predominio de actividades agropecuarias, las escuelas
denominadas multigrado están particularmente extendidas. Dichas escuelas son “aquellas
cuyos docentes tienen que atender a grupos conformados por estudiantes de más de un
grado escolar” (Medrano Camacho et al. 2019, p. 41). Esta categoría abarca niveles desde preescolar hasta secundaria, “las cuales dependen
de la SEB [Subsecretaría de Educación Básica] y carecen de un modelo pedagógico adecuado
a su organización escolar, así como de materiales, recursos y capacitación” (Medrano Camacho et al. 2019, p. 46; corchetes añadidos, J. G.). La participación de estas escuelas en ámbito educativo
es relevante. Según la misma fuente, durante el año académico 2016-2017, el 35.1 por
ciento de las escuelas de educación primaria en el país estaba dentro de esta categoría.
En las primarias denominadas de educación indígena, el porcentaje de escuelas multigrado
alcanzó 65.9 por ciento (p. 56).
Además de estar basado conceptualmente en la teoría del capital humano, el ejercicio
cuantitativo numérico para México presenta deficiencias. Constriñéndose a educación
formal, Valenzuela Feijóo conjuntamente con Isaac Egurrola, deducen de ahí un producto
agregado monetario a partir de años promedio de escolaridad poblacional. Al asumir
equivalencias entre años de escolaridad urbana con rural, e incluso con educación
indígena, sesgan sustancialmente los promedios que se han propuesto establecer. Asimismo,
han dejado de lado precisamente la relación entre trabajadores por cuenta propia,
por una parte, y por la otra, de asalariados en tanto vendedores de fuerza de trabajo.
Estadísticamente, sus labores distan de incursionar incluso en un trabajo de estadística
descriptiva.
III.2. Función de ingresos: estimaciones paramétricas para México
Previo al ejercicio cuantitativo reducido a años de educación formal desarrollado
por Isaac Egurrola y Valenzuela Feijóo en 1999, estimaciones del ingreso dependiente de la escolaridad están disponibles en México
desde hace varias décadas. Por ejemplo, Montemayor Martínez (1980) estima el ingreso laboral en función tanto de la escolaridad como de la experiencia.
Adicionalmente, este ejercicio incluye la variable referida a horas trabajadas. El
análisis se elabora con información de la entonces Dirección General de Estadística
referido a tres áreas metropolitanas.26 Su estudio cubre trabajadores tanto en conjunto como segmentados por sexo. Asimismo,
se llevan a cabo estimaciones por sector de actividad económica. Es decir, industria,
comercio, servicios y sector agropecuario.
Un trabajo pionero en México es el de Carnoy (1967). Por medio de 2,399 encuestas no aleatorias en Monterrey, Puebla y Ciudad de México
en el periodo de junio a septiembre de 1963 para trabajadores de sexo masculino, se
derivan diversas estimaciones. Específicamente, Carnoy calcula tasas de retorno para
los años de educación, además de considerar edad y ocupación del progenitor por sector
de actividad económica, entre otros.27
Llamas Huitrón (1989), recurre a los Censos de Población y Vivienda de 1960 y 1970. De ahí obtiene información
sobre edad, sexo, estado civil, nivel de escolaridad y, en particular, ingreso personal.
El estudio se concentra en las áreas metropolitanas de la Ciudad de México, Guadalajara
y Monterrey, dada su relevancia en el ámbito manufacturero. Este autor lleva a cabo
una serie de segmentaciones con el fin de distinguir el comportamiento de diversos
grupos sociales.
En la última década del siglo pasado surgen los trabajos de Bracho y Zamudio (1994, 1997), así como de Zamudio y Bracho (1994), ambos estimando funciones de ingreso.
En el lapso entre 1999 y 2012, el vínculo entre escolaridad y remuneraciones se incrementa.
Para México están disponibles, por ejemplo, los trabajos de Barceinas Paredes (1999; 2002), Rojas, Angulo y Velázquez (2000), Zamudio Carrillo (2001), así como de Barceinas Paredes y Raymond Bara (2003), además de Austria Carlos y Venegas-Martínez (2011).
En resumen, en el trabajo de Valenzuela Feijóo así como el producido con Isaac Egurrola,
sigue pendiente revisar la bibliografía sobre el tema. Lo anterior, por ejemplo, para
el país donde practican las referidas estimaciones sui géneris. Aunado a lo anterior, el vínculo cuantitativo entre calificación de la fuerza de
trabajo y salarios sigue siendo tarea pendiente para ambos.28
IV. ENSAYO DE UNIFICACIÓN: CALIFICACIÓN DEL TRABAJADOR VS. TRABAJO COMPLEJO
El esfuerzo de Valenzuela Feijóo no se circunscribe a sustituciones en la terminología
de la ortodoxia económica. Adicionalmente, intenta homologar elementos del marxismo
con esta última. Específicamente, busca identificar el concepto de calificación o
capital humano, por una parte, con trabajo complejo en Marx.
La dificultad para Valenzuela Feijóo radica en que Marx diferencia entre trabajo simple
y complejo referido al producto del trabajo. En Marx, el trabajo simple, o sus diversos
grados de complejidad, se expresa en el valor de cambio de la mercancía:
Pero está claro que la reducción tiene lugar; pues en cuanto valor de cambio, el producto
del trabajo más complejo es equivalente, en determinada proporción, al producto del
trabajo medio simple, es decir que está equiparado a una cantidad determinada de ese
trabajo simple (Marx, 1980, pp. 13-14).
Al referirse a trabajo complejo, Marx alude al valor de cambio de la mercancía en
tanto producto del trabajo. No hace referencia al trabajador que lo produjo ni tampoco
al valor de la fuerza de trabajo. El resultado objetivado en la acción de trabajar
no es lo mismo que la calificación o experiencia que pudiera poseer la persona o personas
que desarrollaron dicho trabajo. Por ende, la complejidad laboral de la persona que
creó la mercancía sólo puede manifestarse una vez plasmada en la propia mercancía,
resultado de quien la produjo. Por contraste, la teoría del capital humano, de la
cual se ha apropiado Valenzuela Feijóo, se retrotrae al entrenamiento formal del trabajador
en términos de calificación personal. Específicamente, en la teoría del capital humano
dicha calificación se asume como un acervo en posesión de la fuerza de trabajo.29 En Marx, la complejidad se refiere explícitamente a productos en tanto resultado
de un trabajo materializado. En conclusión, no es lo mismo determinada calificación
previamente adquirida para trabajar, que el producto del trabajo resultante de dicha
calificación. Además, en tanto trabajo materializado, éste incluye el valor de la
fuerza de trabajo o salario, así como el excedente en forma de plusvalía.
Adicional a la referencia a los productos del trabajo para la reducción de trabajo
complejo a simple, dicha reducción es ajena al salario o valor de la fuerza de trabajo
en Marx:
Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara enseguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa,
por tanto, una determinada cantidad de trabajo simple.16
16Advierta el lector que aquí no nos referimos al salario o valor abonado al obrero por un día de trabajo, supongamos, sino al valor de las mercancías en que su jornada de trabajo se traduce. En esta primera fase de
nuestro estudio, es como si la categoría de salario no existiese (Marx, 1959, p. 12; cursivas en el original, J. G.).”
Por ende, el trabajo simple y sus gradaciones, materializado en las mercancías, es
independiente del valor de la fuerza de trabajo, o salario.
Lo que intenta Valenzuela Feijóo es sustituir el trabajo complejo de Marx por el concepto
de calificación en tanto sucedáneo de capital humano. Dada la dificultad que conlleva
esta labor, desarrolla un intento a través de etapas sucesivas en el devenir de su
opus magnum.30 En un primer momento, va a tomar lo uno -nivel de calificación de la fuerza de trabajo-
por lo otro: nivel de complejidad. Afirma que este tránsito es posible por medio de
ajustes y correcciones:
Se puede, por ejemplo, tomar el nivel de calificación de la fuerza de trabajo operante
en la rama como ‘proxy’ del nivel de complejidad y, con base a este tipo de indicadores,
proceder a los ajustes y correcciones del caso (Valenzuela Feijóo, 2012, p. 201; 2014a, p. 275; 2014c, p. 275).
Habiendo quedado pendiente llevar a cabo o cuando menos especificar los referidos
ajustes y correcciones, el propio Valenzuela Feijóo vuelve a abordar el mismo punto
en otro capítulo:
A manera de advertencia, confundir calificación y complejidad es inconveniente y más
aún, no se deben identificar. Más tarde, en un ejemplo de ambigüedad lógica, se torna
lícito tomar calificación como aproximación de complejidad, justificándose en la medición.
Posteriormente, el llamado proxy entre calificación y complejidad es sustituido por la equivalencia entre ambas, la
cual habrá de entrar de lleno en su acervo conceptual:
En disertaciones posteriores, abandona la equivalencia ofrecida para operar una mezcla
reiterada de ambos conceptos: “Pues bien, el mayor tamaño y la mayor densidad de capital,
también se traducen, normalmente, en: i) mayores niveles de calificación y complejidad;
ii) mayores niveles de intensidad del trabajo” (Valenzuela Feijóo, 2012, p. 548; 2014b, p. 270; 2014d, p. 270).
Por otra parte, en el Cuadro 1 (2012, p. 550) o Cuadro 13 (2014b, p. 273; 2014d, p. 273), las dos primeras columnas se presentan explícitamente como calificación, sea media
ramal o media de todo el sector productivo. En la tercera columna, sin ambages deduce
de las dos primeras columnas un “Factor de conversión según complejidad”.
En ocasión de nuevas deducciones, opera otra vez una mezcla conceptual:
La complejidad la medimos en términos de la calificación que exige el trabajo correspondiente.
Esto no siempre es exacto: a veces un trabajo complejo es ejecutado por personas poco
calificadas, simplemente porque no se dispone de la fuerza de trabajo adecuada. En
otras ocasiones, más frecuentes, hay fuerza de trabajo bien calificada que se desempeña
en tareas muy simples. Por ejemplo, podemos encontrar taxistas con título universitario
(2012, p. 550; 2014b, p. 272; 2014d, p. 272).
En la cita, la calificación que pueda tener un trabajador podría carecer de relación
con el trabajo ejecutado.31 En consecuencia, la determinación del valor de la fuerza de trabajo basada en la
calificación entraña desviaciones sustanciales. La referencia al taxista con título
universitario constituye una advertencia para el propio autor sobre los riesgos de
utilizar la calificación laboral para de ahí determinar el valor de la fuerza de trabajo.
Reiterados esfuerzos por encuadrar la calificación del trabajo como sustituto del
capital humano ponen de relieve un esfuerzo infructuoso de similitud. A lo largo de
su exposición asume, sin probar, un equivalente entre el trabajo complejo de Marx,
con la calificación de la fuerza de trabajo, videlicet capital humano. Los alcances teóricos y empíricos de Valenzuela Feijóo practicando
un marxismo crítico quedan de relieve.32
V. OBJECIÓN A UNA VARIANTE DEL CAPITAL HUMANO
Ha quedado de manifiesto que la retribución recibida por el trabajador se establece
como función del propio capital humano, llamado calificación por Valenzuela Feijóo.
Esta calificación pudo haberse adquirido vía escolaridad, o se pudo obtener como si
la propia fuerza de trabajo tuviera un costo de producción erogado en forma de bienes.
Ambas provendrían de periodos previos o de hechos consumados. En estas dos últimas
ha incursionado Valenzuela Feijóo. Utilizando a Marx, presenta una caracterización
alterna del capital humano, intentando criticarlo:
En un extremo ya delirante, la economía convencional comienza a hablar de “capital
humano” y entiende que los salarios que perciben los trabajadores constituyen el rendimiento
del “capital” por ellos poseído. En la actualidad, estas elucubraciones se suelen
presentar como algo novedoso,44 pero son de antigua data. Marx, por ejemplo, advertía sobre el problema escribiendo
que
“se concibe al salario como un interés, y por ello a la fuerza de trabajo como el
capital que arroja dicho interés. Por ejemplo, si el salario de un año es igual a
£50, y el tipo de interés es del 5%, se consideraba la fuerza de trabajo anual como
un capital de £1000. Lo desatinado de la concepción capitalista llega aquí a su pináculo
cuando, en lugar de explicar la valorización del capital a partir de la explotación
de la fuerza de trabajo, explica, a la inversa, la productividad de la fuerza de trabajo
a partir de la circunstancia de que la propia fuerza de trabajo es esa cosa mística,
el capital que devenga interés.”45
44Y a autores como Gary Becker, especialista en esas patrañas, se les llega a regalar
el Premio Nobel.”
45C. Marx, El Capital, tomo III, vol.7, p. 600.
Por lo que se refiere a la presentación que hace de Marx, el capital en forma de acervo
constituiría el ingreso total a ser generado en el mercado por el asalariado durante
su vida útil. Un autor de la época estima que el salario de los trabajadores agrícolas
sería equivalente a un retorno de 5 por ciento anual de un capital incorporado a lo
que denomina propiedad viviente o inherente (Farr, 1853, pp 7-8).
El elemento común de las diversas variantes del capital humano está constituido por
un acervo intangible. Sus determinantes habrían sido básicamente retrospectivos,33 o bien, prospectivos. La cita de Marx alude al segundo caso.34
Valenzuela Feijóo denuesta de nombre a la teoría del capital humano, al tiempo que
se ha ceñido en un plano teórico a sus preceptos fundamentales. Paradójicamente, la
crítica que Valenzuela Feijóo hace en pie de nota busca descalificar a un autor instrumental
en sus paráfrasis.35
Críticas, cuestionamientos o al menos consideraciones internas entre los practicantes
de la teoría del capital humano son inexistentes en Valenzuela Feijóo. Lo anterior,
no obstante la literatura al respecto.36 En su lugar, este autor opta por constreñirse a parafrasear dichos conceptos. La
revisión de la literatura sobre capital humano ha puesto de relieve su adhesión conceptual
al mismo. Queda de manifiesto la ausencia de originalidad en planteamientos presentados
como propios, al tiempo que está divulgando, en la medida de sus posibilidades, un
esquema neoclásico.
CONCLUSIONES
Conceptos fundamentales de la teoría del capital humano son replicados por Valenzuela
Feijóo bajo dos características. Se sustituye el nombre de capital humano por el de
calificación. No obstante, se preserva su contenido ortodoxo. Por otra parte, sistemáticamente
omite indicar las fuentes de las cuales provienen sus planteamientos. A primera vista,
parecieran aportaciones originales al desarrollo del marxismo.
Valenzuela Feijóo enuncia una funcionalidad del salario con respecto al capital humano,
al que denomina calificación. El anterior postulado no es sometido a prueba empírica.
En su lugar, con ayuda de Isaac Egurrola se presentan promedios, a su vez obtenidos
de promedios previos de escolaridad, dejando fuera de consideración al valor de la
fuerza de trabajo. La abundante literatura sobre capital humano para México, por ejemplo,
es sistemáticamente pasada por alto.
Un esfuerzo repetido para integrar el concepto de capital humano dentro del cuerpo
del marxismo resulta infructuoso. En Marx, el trabajo complejo no existe fuera de
la mercancía en la cual está materializado y a partir de la cual se determina. Dicho
trabajo no es susceptible de medición sea por la calificación laboral, sea por los
años de experiencia de quien la creó, o por el gasto erogado en bienes para lograrla.
En todos los casos se está aludiendo a condiciones laborales, mas no a productos del
trabajo.
Valenzuela Feijóo toma acríticamente conceptos de la economía ortodoxa. Posteriormente,
busca incorporar dichos conceptos al cuerpo de Marx con cambios de terminología, al
tiempo que sistemáticamente omite señalar la fuente de sus paráfrasis. Mientras despliega
un esfuerzo por descalificar una variante de la teoría del capital humano, sus planteamientos
se fincan en el terreno de aquellos autores a quienes critica de palabra. Su esfuerzo
por homologar el concepto de calificación con el trabajo simple y complejo analizado
por Marx, resulta infructuoso. Los procedimientos puestos de relieve en el presente
artículo ejemplifican las aportaciones al marxismo crítico que le son atribuidas.